Borregos profesores, borregos ingenieros, borregos deportistas. Borregos por montón. Miles de borregos en redes sociales. La campaña del correísmo para las elecciones de agosto de 2023 continuó su dramático y grandilocuente lanzamiento —ese en el que Jorge Glas rechazó cual mártir la postulación de su partido— con una audaz movida: la reapropiación del borrego como símbolo ideológico.
Lo hicieron mediante la publicación de adorables borreguitos, creados con inteligencia artificial, al estilo de figuritas de porcelana personalizadas para cada usuario: borrego emelcsista, borrego policía, borrega feminista.
Si antes la palabra “borrego” era un insulto contra el fanatismo que caracteriza mucha de su militancia, ahora es motivo de orgullo. El correísmo ya no tiene porqué negar su doctrina de sumisión a un caudillo. Ni refutar las críticas que alertaban sobre esa política de cargamontón. Tras el rotundo fracaso del actual gobierno, el mensaje correísta es que ya no hay rastro de mea culpa, ni de autocrítica.
En esta campaña, el animal que vive para ser trasquilado y llegar al matadero es un modelo a seguir. Más que eso, es una confesión.
La jugada —otra vez de mano de los hermanos Alvarado— es una apuesta arriesgada. Apunta a afianzar el voto duro del correísmo para asegurar su llegada a la segunda vuelta. Evidencia un trayecto parecido al que el movimiento tomó en 2021: una primera etapa con fuerte presencia de Correa, sus símbolos y narrativas, que probablemente dará pasó a un momento de mayor captación y menos palmaditas en la espalda. Inician cerrando filas.
Son los que son: los borregos constituyen una celebración de lo que ya tienen, no un intento de conseguir más votos. Convertirse en borrego —incluso metafóricamente— no es precisamente una aspiración del ciudadano promedio.
La estrategia fue relativamente efectiva, al igual que todo el espectáculo de su lanzamiento de campaña. Ha logrado posicionarse en medios y redes, así como ser parte de la conversación general. Los borreguitos impusieron una agenda y convocaron a sus militancias a participar con entusiasmo, aprovechando la capacidad de los memes de ser personalizados y viralizados. Es memorable.
Reapropiarse de un insulto puede ser una manera muy útil de convertirlo en un escudo. Es una suerte de inmunización. Esto lo entiende Alvarado y también personajes como Tyrion Lannister, el inquisitivo enano de Juego de Tronos. “Eres un bastardo”, le dice a Jon Snow, otro protagonista, quien en ese momento lo toma como insulto. “Nunca olvides lo que eres”, le dice Tyrion. “El resto del mundo no lo olvidará. Así que conviértelo en tu armadura”. En ese sentido, la efectividad de la reapropiación del insulto ha llegado a ser sabiduría pop-popular desde hace años.
En 2015, por ejemplo, Madonna usó la palabra “bitch”o “perra”, cuarenta y cuatro veces en las canciones de su álbum Rebel Heart. La dijo en referencia a sí misma y a otras mujeres. Fue en pleno auge de la Marcha de las Putas, cuando el movimiento feminista también tomó la palabra “puta” —usada históricamente para agredir y estigmatizar la sexualidad femenina— y la convirtió en motivo de orgullo.
Lo mismo ha pasado con la palabra nigger —un peyorativo racial en Estados Unidos— que se ha vuelto un gesto de confianza entre comunidades negras. Ahora es parte del lenguaje y los códigos del rap y el hip hop. Y con la palabra “maricón”, que también ha sido apropiada por la población LGBTI como un identificativo disruptivo con mucha carga política.
En Ecuador hay ejemplos muy recientes de esa misma maniobra semántica: la rebelión de los forajidos tomó el término que el ex presidente Lucio Gutiérrez utilizó para describir a los manifestantes como canto de guerra. Y el medio 4Pelagatos se aferró a la manera despectiva con la que Rafael Correa calificaba a sus supuestamente “escasos” detractores para bautizarse.
La reapropiación deriva del sarcasmo, que expresa lo opuesto de lo que significa. En esencia, revierte el significado de una palabra, cambiándole su uso. En 2018, en Chile, durante el lanzamiento del libro Morirás mañana de Jaime Bayly, unos activistas interrumpieron el evento para gritarle que los jóvenes del Perú lo repudiaban. “Eso es cierto, pero inexacto”, respondió sonriendo el autor. “La juventud chilena me repudia mucho más. Y a mí me parece que es lo correcto, porque la juventud ahora es muy lista”, dijo Bayly. Y sonrió. Su sarcasmo les quitó el piso.
La reapropiación no niega las características de una palabra, sino que las reinterpreta. Las revaloriza. Bayly, en esencia, tiene razón: es un autor rechazado por el estudiante de izquierda promedio. Los pelagatos también aceptan la realidad numérica que los hacía —frente a las hordas de medios estatales— insignificantes. Jon Snow era técnicamente un bastardo y Madonna no miente al describirse como puta, de acuerdo a la definición machista del insulto.
La reapropiación, en ese sentido, reconoce características para celebrarlas. Funciona al admitir o conceder el epíteto a quienes lo usaron de esa manera. Les da la razón. ¿Dices que somos como tal y cual? De acuerdo. Pero ser como tal y cual ya no es una condena. Tal y cual es un elogio.
En ese sentido, toda apropiación es también una confesión. Al enarbolar el borrego como su inspiración, el correísmo, al menos, acepta compartir los rasgos de ese animal: la mentalidad de rebaño, la docilidad masiva y la carencia de pensamiento crítico. Acepta esas características y las celebra. Y muestra que no todo símbolo se puede resignificar con éxito.
En el famoso libro Granja Animal de George Orwell, las ovejas y borregos son víctimas de otros animales más astutos que los manipulan. Solo balan lo que sus líderes —los cerdos y los perros— les ordenan balar. En la novela no tienen voluntad, ni agencia, al igual que los animales en la realidad. La metáfora de la obediencia ciega se crea, más que por intención del autor, por los atributos unívocos del borrego. Es distinto a los casos en los que el insulto está sujeto a interpretaciones y contextos. Hay símbolos que son decisiones, otros que son deducciones. ¿Hay lugar para una campaña con burros, ratas o con cucarachas? Difícil.
Es casi una revelación psicoanalítica: el paciente, en este caso, estaría admitiendo simbólicamente que es sumiso, que aceptará el liderazgo de un caudillo sin cuestionarlo y que, finalmente, su misión es marchar hacia adelante sin hacerse preguntas. Cada borrego es un divertido manifiesto político de obediencia militar. La doctrina del cargamontón. La secta.
“Meee gusta” es el ingenioso juego de palabras que ponen en redes sociales. Borregos que balan por otros borregos. Hubo hasta voluntarios para diseñar y personalizar un borrego según tu carrera y personalidad. Es un juego, al menos, divertido. Pero ¿será exitoso? ¿Podrá esa reapropiación convencer a nuevos votantes? Curiosamente, el correísmo se postula admitiendo lo que se ha criticado de su forma de hacer política.
Al menos eso: en estas elecciones, se han puesto todas las cartas sobre la mesa.
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