
Las fotos que nos sostienen
Una foto impresa es una cosa: tangible, material, sólida; el estudio donde se imprimen, una fábrica de materia.
Como buen fotógrafo, a Esteban Silva no le gusta salir en las fotos. Tiene 52 años y, desde que salió del colegio, lleva más de tres décadas haciendo lo mismo: cuidando con una devoción casi monástica los recuerdos de los otros.

Su estudio se llama Luminofoto Silva y está en una esquina del pasaje Amador, en Quito. Es una rareza: uno de esos locales donde todo sigue igual pero nada está quieto. Afuera, huele a café. A un lado, se venden ponchos y sombreros. Más allá, hilos multicolores y cortes de pelo. Aquí la gente no se presenta con nombres, sino con lo que hace.

Luminofoto tiene 60 años. Lo fundó Joel Silva, su padre. En 1990, apenas salido del colegio, Esteban entró al estudio y al cuarto de revelado y no salió más. En este tiempo, ha visto cómo se ha transformado la fotografía.

“La cámara digital lo cambió todo”, dice, mientras retoca unas fotos en su computadora en el estudio donde aún retrata colegialas y madres, familias enteras, enamorados que van al pasaje por una cosa y deciden hacerse un retrato porque se enteraron de que aún queda en Quito un lugar donde hacerse una fotografía que merezca un portarretrato.

En un mundo saturado de pantallas y copias sin fin, donde la memoria se desliza con el dedo y se borra por accidente, imprimir y colgar una foto, ponerla en el aparador, y no dejarla para siempre en la mezquina memoria digital, es un sutil gesto de amor.

Las fotos que salen del estudio de Esteban y su familia tienen peso. Tienen cuerpo. No viven en la nube, sino en la repisa, en el velador, en el comedor. Te sonríen y tú les sonríes, te miran y tú las miras. Las piensas, te piensas, te piensan, te imaginan, te imaginas y te moldean. Son cosas.

Se pueden tocar, rayar, guardar, pasar de mano en mano. Enmarcar es definir, y no hay marco más claro que los bordes de esa foto a la que hay que saber hasta cómo cogerla, para no dejarla marcada por las huellas dactilares. ¿Para qué? Si ellas mismas son huellas de historias con una única metadata, escrita en su reverso con con el sello de goma y tinta azul de Esteban Silva.

Byung-Chul Han, el filósofo coreano que escribió No-cosas, diría que Esteban resiste. No solo porque los celulares le han quitado un pedazo de clientela, sino porque con su oficio se opone a diario al flujo incesante de información digital. Él ofrece algo que atesorar entre las manos. “El mundo se torna cada vez más intangible, nublado y espectral. Nada es sólido y tangible”, escribió. Ya no vivimos entre la tierra y el cielo, sino en Google Earth y la nube, se quejó. “Las cosas estabilizan la vida humana”, dijo Han. Son “polos de reposo de la vida”.

En Luminofoto, todo es ancla. Todo es sólido y tangible. El marco. El vidrio. El paspartú. Una imagen que no pide scroll, sino pared para reposar, que exige cariño para ser nivelada —para estabilizarnos.

Aquí la vida reposa. Por eso cuando Nefertiti Herrera —médica, madre, cliente de toda la vida, romántica sin remedio, un año menor que Esteban Silva— dice que Luminofoto no es una tienda sino una casa, tiene razón. “Aquí cada foto cuenta algo”, dice, mientras le arregla el pelo a su hija, que va a tomarse unas fotos para la universidad.

El trabajo de Esteban Silva es técnico e íntimo. Uno entra a su mundo propio, de sillas de plástico duro, de vidrios gruesos, de luces que tienen formas de satélite de la primera carrera espacial. Aquí, las cosas toman tiempo —porque las cosas de verdad lo requieren. Quien posa, también espera. La fotografía debe imprimirse, cortarse, macarse, entregarse.
Hay cierta ritualidad sin opulencias ni grandilocuencias, pero como las cosas tienen aura propia, uno se conecta con lo que tiene en las manos y cree, como un devoto en cualquiera de las majestuosas iglesias que flanquean el pasaje, que esa foto —esa cosa— es lo único que quedará cuando todo lo demás se pierda entre miles de gigas que no recordaremos haber tomado. Por eso, más que un estudio, Luminofoto Silva es una fábrica de materia.
